Visión visionaria de visionarios visionados…

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Yo era un jinete de palabras, un viajero interdimensional de la consciencia humana; siempre viajando montado en un dragón de zafiro que en las iridiscencias de sus escamas atrapaba la tristeza del mundo, transfigurándola en paz, en tranquilidad, en una profunda meditación. En las lágrimas de aquellos seres, encontré el propósito para extender el vuelo por encima de las posibilidades, por encima de las enseñanzas y conocimientos de los sabios que habían visto demasiado del mundo como para poder verlo de manera diferente…

Yo era también el dragón azul, así me conocían, pues siempre fui poderoso, pero mi benevolencia siempre superaba mi fuerza, por lo que no era más que un apacible gigante.

Mi vuelo era conocido en todas partes; yo era el viento, el agua, el fuego, la tierra, la bestia navegante en océanos de galaxias, nebulosas y estrellas.

Pertenecía a una raza de señores artesanos, quienes tomábamos la materia del universo, puesto que entendíamos ésta como un reflejo de nosotros mismos, y de este modo extendíamos nuestra creación, como un reflejo de lo que nosotros éramos y lo que existía en nosotros.

Sin embargo, a pesar de todo, nuestra raza no era considerada una raza de creadores, pues en realidad sólo extendíamos lo que ya estaba aquí en la transfiguración de una nueva expresión, y así cambiamos la expresión de lo que en realidad ya existía aquí. No obstante, se sabía de un poder que existía, o que existió, el cual dio origen a la vida y la existencia mima, pero tal poder jamás fue encontrado.

Una cosa es cambiar el estado y condición de la materia, otra… crear de la nada… parecía algo tan lejano, tan distante a las posibilidades y potencial de nuestra raza, y sin embargo allí estábamos, partiendo de un principio que nosotros mismos desconocíamos.

Quisiera encontrar de nuevo aquella lave, aquella respuesta al enigma entre los sueños que conectan el destino de los hombres y sus vidas, sólo para saber si por ventura no he enloquecido al tratar de hacer de aquella mujer mi hermana.

Por mucho tiempo la desesperación me empujó a creer en la esperanza, en el destino, y hoy, cuando finalmente despierto de aquel sueño, en el que nos veía caminando al altar, colocándole el anillo, brindando con las copas en alto y sellando nuestro pacto con el beso sagrado… una parte de mi suplica encontrar realidad en aquella fantasía, aquel engaño que mi consciencia no supo… no quiso… desmentir…

Y es que quisiera dedicar todos mis sueños a la improbable causa de tu presencia, pues has sido como la marca, el sendero trazado por la huella de tu perfume sobre mi mano, y la esencia que ha dejado la estela de aquel beso.

Un sueño comenzó todo, pues un sueño requiere audacia, visión y disciplina, coraje y realidad, y de ésta última mucho, incluso tanto más que esperanza… de otro modo es sólo ilusión. Pero perderse en el sueño puede hacer del soñador su propia víctima, y ser el sueño soñado por soñadores otros…

Y es que soñé que me encontraba en la cumbre de una montaña cubierta por una densa bruma, en cuya cúspide había un hombre vestido con ropas de cuero de aspecto haraposo, más bien como perteneciente a una época distinta a la mía. Tenía en su cabeza un casco alado y un parche en el ojo.

Caminé lentamente hacia él, con el dolor que aún me aquejaba en el cuerpo, al tiempo que me decía:

  • «Oh… veo que estás muy débil»

Yo levanté la mirada y pronuncié un nombre que no me atrevo a escribir aquí, pues tras enunciarlo me miró fijamente con la boca entreabierta… y de pronto, toda la bruma lo cubrió.

Sonaban voces a lo lejos que enunciaban sus nombres… TODOS SUS NOMBRES… y después de eso, recuerdo haber comenzado a correr por la montaña con aquel símbolo en mi mano dibujado sobre una piedra negra, la cual era tan cristalina como un espejo.

El símbolo brillaba con una luz que irradiaba con tanta intensidad como la de una estrella, y cada vez que veía ese símbolo en mis adentros resonaba una voz que decía: «Soy el portador de la luz».

Tenía la absoluta certeza de que mientras estuviera con ese símbolo nada podría tocarme o dañarme, pues incluso en mi sueño aparecía de nuevo aquel hombre que trató de hacernos daño a mí y a mi amada en la montaña, y no estaba solo… venía acompañado de un ejército de hombres como él, pero ninguno podían, ni se atrevían a hacerme frente, no importaba cuántos fueran, pues siempre tomaba la montaña frente a cualquier cantidad de guerreros.

Nuevamente mientras sujetaba aquel símbolo, un millón de plumas comenzaron a rodearme pululando a mi alrededor. Y cuando tocaba cada una de estas plumas, éstas se convertían en serpientes de luz…

En ese momento, tuve la absoluta certeza: «Soy un creador».

Tan pronto desperté, comencé a tratar de dibujarlo frenéticamente, y al reproducirlo en la justa medida que mi consciencia se encontró satisfecha, yo mismo lo tatué en mi cuerpo…

-Wabi-

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